Por; Henys Peña (03/05/2017, actualizado el 15/06/2021).
En el marco de la Maestría en Historia en la Universidad
Nacional de las Artes (UNEARTE), iniciada a principios del 2017, nos tocó abordar diversos aspectos relacionados con el “oficio de historiador”, de
allí este análisis de un autor de reconocida valía, y específicamente una sus
obras, “Apología para la historia o el oficio de historiador” de Marc Bloch (2001).
Iniciaremos analizando el contexto en que escribe este libro, y las ineludibles influencias de las que está impregnado,
para luego abordar de la obra mencionada, el primer capítulo titulado “I La
historia, los hombres y el tiempo”, formulando en forma de interrogantes los
cinco subtítulos en que divide el autor este capítulo;
¿Cual es “La elección del historiador” de Marc
Bloch”?
¿“La historia y los hombres”
o de cuales hombres que historia?
¿Qué es “El
tiempo histórico”?
¿“El ídolo de
los orígenes” o de la idolatría?
¿“Pasado
y presente” en la historia?
Para empezar, Marc Léopold Benjamin Bloch (Lyon,
6 de julio de 1886 - Saint-Didier-de-Formans, 16 de junio de 1944), historiador francés especializado en la historia medieval de Francia, fundador
de la Escuela de los Annales (por la revista francesa Annales d'histoire
économique et sociale), fue un destacado intelectual francés de la primera mitad del
siglo XX, se unió a la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, fue detenido por la Gestapo el 8 de marzo de 1944 y luego fusilado junto a otros 29 partisanos franceses. En su obra póstuma "La
extraña derrota" escribió "Afirmo, pues, si es necesario, frente a
la muerte, que nací judío... Extraño a todo formalismo confesional como a toda
solidaridad pretendidamente racial, me he sentido, durante toda mi vida, ante
todo y simplemente francés... Muero, como he vivido, un buen francés".
Bloch ha tenido gran influencia en el campo de
la historiografía a través de los Annales y de su manuscrito inacabado, editado
por su amigo Lucien Febvre, que fue traducido como "Apología para la
historia o el oficio de historiador", en el que trabajaba cuando fue
asesinado por los nazis. El libro es uno de los más notables de la historiografía
del siglo XX, con una nueva forma de acercarse a las fuentes, en contraposición
de lo hecho por su maestro Charles Seignobos.
¿Cual es “La elección del historiador” de Marc Bloch”?
No arroja luces sobre su “elección” y es este el
más corto de los cinco subtítulos, parece interesado en advertir, diferenciar,
cultivar cierto pensamiento crítico, e incluso confrontar. Desiste prontamente
de un primer intento de conceptualizar, no sin antes enfatizar la
“investigación” como su constante y finaliza redondeando “frente a la inmensa y confusa realidad, el historiador necesariamente
es llevado a delimitar el punto particular de aplicación de sus herramientas;
por ende, a hacer una elección, la cual evidentemente no será igual a la del
biólogo, por ejemplo; sino que será propiamente la elección de un historiador”
(Pág. 54).
¿“La historia y los hombres” o de cuales hombres que historia?
Empieza a demarcar, y al demarcar excluir temas
o asuntos que no son propios de su visión de la “historia”, entonces la historia es la
historia del hombre, como la historia de los astros compete a la astronomía, al
tiempo que procura ahondar en el sentido del tiempo y denunciar como impropio a
su parecer la afirmación “La historia es la ciencia del pasado”.
Luego de recurrir a un largo y complejo ejemplo
(“un golfo profundo, el Zwin, en la costa flamenca”), es capaz de sintetizar de
modo poético “El buen historiador se
parece al ogro de la leyenda. Ahí donde olfatea carne humana, ahí sabe que está
su presa” (Pág. 54), le importa el entorno, le importa el clima, los astros
y la geografía, la geología, pero su razón de ser es el hombre, todo en cuanto
afecte, impacte, se relacione con el ser humano.
Al reflexionar sobre la “historia” de la
historia, aborda el dilema de ciencia o arte, que inscribe hacia 1800, así como
la influencia del positivismo hacia 1890, que signa como “un tanto rudimentario” (Pág. 54), y como se muestran los “especialistas” (Pág. 54) un tanto “indignados” (Pág. 54) por el acento dado a
la forma (Arte contra ciencia, forma contra fondo), quizás es aquí donde cabe
la pregunta ¿De cuáles hombres, que historia?, no tanto por lo que afirma, sino
por lo que omite, pues ya para estos días han pasado unos 60 años de la última
obra de Marx, y valga su propio ejemplo, el del golfo profundo de Zwin, como
ejemplo de su escaso interés en la historia de las relaciones económicas de
“los hombres”.
Despacha si, el asunto de “ciencia o arte” en
una línea argumental nuevamente poética “cada
ciencia tiene su propia estética del lenguaje… Ahí donde resulta imposible
calcular, se impone sugerir... ¿Se podrá negar qué, así como existe un tacto de
la mano, existe un tacto de las palabras?” (ídem).
¿Qué es “El tiempo histórico”?
Ya parece haber insistido suficiente en cuanto a
la historia como ciencia antropocéntrica, y separado a esta ciencia de
otras ciencias, y la historia de cada una de ellas, este subtitulo lo dedica
Bloch a incorporar y profundizar en la tercera noción que le parece relevante,
la del tiempo, la "de los hombres en
el tiempo" (Pág. 58).
No parece informado de los aportes de la física
y la teoría de la relatividad, cuyo supuesto básico es que la localización de
los sucesos físicos, tanto en el tiempo como en el espacio, son relativos al
estado de movimiento del observador, anunciada por Einstein en 1915, si se
muestra interesado en “La atmósfera donde
su pensamiento respira naturalmente es la categoría de la duración” (Pág. 58)
(lo humano), para Bloch no merece mención la física, no para tomar como la
sociología, conceptos y categorías para su validación científica, sino para
asomar por lo menos que esta ciencia que avanzaba a pasos agigantados,
transformando definitivamente el paisaje del conocimiento de la humanidad, va dar soporte al
materialismo histórico, aun a disgusto de sus mejores exponentes, esta ciencia
no le permitiría afirmar con tanta superficialidad su atrevida frase “En verdad no es fácil imaginar una ciencia,
cualquiera que sea, que pueda hacer abstracción del tiempo” (ídem), claro
está, si y solo si se borra de un “desmemoriazo” la física, su teoría de la
relatividad y el modelo matemático del espacio tiempo.
Tiene palabras halagadoras para la ¿atomística?
y para el geólogo, al afirmar “El número
de segundos, de años o de siglos que un cuerpo radioactivo necesita para
convertirse en otros cuerpos es un dato fundamental para la atomística. Pero el
hecho de que tal o cual de esas metamorfosis haya tenido lugar hace mil años,
ayer u hoy, o bien que se deba producir mañana, probablemente interesaría al
geólogo, porque la geología es, a su manera, una disciplina histórica; pero al
físico lo deja perfectamente impávido” (ídem), nuevamente para la física
depara por respuesta esta vez la “impavidez” refiriendo quizás a falta de
respuesta, a la ciencia que en efecto responde y explica mejor el ejemplo sobre el que diserta.
Parece ceder un tanto a la dialéctica al afirmar
“Ahora bien, este tiempo verdadero es,
por naturaleza, un continuo. También es cambio perpetuo. De la antítesis de
estos dos atributos provienen los grandes problemas de la investigación
histórica” (Pág. 58) para problematizar “Esto,
antes que nada, cuestiona hasta la razón de ser de nuestros trabajos” (Pág. 58)
y filosofar “En el caso de dos periodos
consecutivos extraídos de la sucesión interrumpida de los tiempos —el vínculo
establecido por el flujo de la duración puede ser más fuerte o más débil que la
desemejanza entre ambos— ¿habrá que considerar el conocimiento del periodo más
antiguo como algo necesario o como algo superfluo para el conocimiento del más
reciente?” (Pág. 58), cabría preguntar ¿Cuál sería la ecuación de la relación
del historiador (observador) con respecto a la magnitud tiempo (flujo de
duración)?.
¿“El ídolo de los orígenes” o de la idolatría?
Dedica Bloch una larga disertación a resaltar la
importancia, que valora excesiva, dada a los “orígenes”, las dudas y
contradicciones que se dan a partir de su conceptualización, pasando por “De suerte que, en muchos casos, el demonio
de los orígenes quizá sólo fue un avatar de este otro enemigo satánico de la
verdadera historia: la manía de enjuiciar” (Pág. 61). Para explicarse mejor
no duda en recurrir a la religión “En pocas
palabras, la cuestión no es saber si Jesús fue crucificado y después resucitó.
Lo que ahora hay que entender es por qué tantos hombres a nuestro alrededor creen
en la Crucifixión y en la Resurrección” (Pág. 62), parece reflexionar sobre
una contradicción dicotómica entre origen - consecuencia, así pues, insiste Bloch
“El roble nace de la bellota. Pero llega
a ser roble y continúa siendo roble sólo si encuentra las condiciones
favorables del medio que no dependen de la embriología” (Pág. 62), no desiste
en su empeño de argumentar la ruptura con la embriología (orígenes), para
llegar al centro de su argumento “Se ha
citado la historia religiosa sólo a manera de ejemplo. Sea cual fuere la
actividad humana que se estudie, el intérprete siempre se ve acechado por el
mismo error: confundir concatenación con explicación” (Pág. 62), con ello
queda claro que su preocupación es romper con la idolatría al origen (embrión),
destruirla.
“En pocas
palabras, un fenómeno histórico nunca se explica plenamente fuera del estudio
de su momento. Esto es cierto para todas las etapas de la evolución. Para la
que vivimos y para las otras. El proverbio árabe lo dijo antes que nosotros:
´Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres´. Por no haber
meditado sobre esta sabiduría oriental, el estudio del pasado a veces se ha
desacreditado” (Pág.
64).
¿“Pasado y presente” en la historia?
Retoma el tema del tiempo, pero ahora inicia con
dos de sus momentos, pasado presente. Se interroga Bloch “¿Qué es en efecto el
presente?” sin titubear se responde “En
lo infinito de la duración, un punto minúsculo que sin cesar se esquiva; un
instante que muere tan pronto como nace. Acabo de hablar, acabo de actuar y mis
palabras o mis actos se hunden en el reino de Memoria. Éstas son las palabras,
a la vez triviales y profundas, del joven Goethe: no hay presente, sólo
devenir” (Pág. 64). Es un tanto mas parco, pues en lugar de afirmar la
dificultad de imaginar una ciencia que pueda hacer abstracción del tiempo, como
hizo antes, ahora afirma “Una pretendida
ciencia del presente, condenada a una eterna transfiguración, se
metamorfosearía, en cada momento de su ser, en ciencia del pasado” (Pág. 64)
no está la física y su representación del presente como un hiperplano de
espacio-tiempo, al que se le suele llamar "ahora", dentro de las
categorías ni argumentos de Bloch, a pesar de que la física moderna demuestra
que tal hiperplano no puede ser definido de manera única para observadores en
movimiento relativo. Pero insiste Bloch "Si
el momento actual, en el sentido estricto del término, no es sino algo qué
continuamente se esfuma, la frontera entre el presente y el pasado se desplaza
con un movimiento no menos constante" (pág. 65).
Deja si claro, que "Algunos, al considerar que los hechos más cercanos a nosotros
son, por lo mismo, rebeldes a todo estudio realmente sereno, simplemente
quieren evitar que la casta Clío tenga contactos demasiado ardientes” (pág.
66) quizás porque Clío, en la mitología griega, es la musa de la historia y de
la poesía heroica, esta afirmación quizás explique su vocación de escribir con
cierto dejo poético.
En el contraste pasado presente, de quienes solo
analizan este último afirma "En
pocas palabras, consideran que la época en la que viven está separada de las
que la precedieron por contrastes muy vivos como para no llevar en sí misma su
propia explicación" (ídem), como de quienes solo muestran interés en
el pasado "También es esa la actitud
instintiva de muchos simples curiosos. La historia de los periodos un poco
lejanos sólo los seduce como un inofensivo lujo intelectual" (ídem) y
resalta "Así, por un lado tenemos un
puñado de anticuarios ocupados por una macabra dirección en desfajar a los
dioses muertos y por la otra a los sociólogos, economistas, publicistas —únicos
exploradores de lo vivo... Lo curioso es que la idea de este cisma surgió hace
muy poco" (ídem).
Para insistir en sus argumento no duda en citar
a Michelet (Jules Michelet, París, 21 de agosto de 1798 - Hyères, 9 de febrero
de 1874, fue un importante historiador francés), para reafirmar "Quien quiera atenerse al presente, a
lo actual, no comprenderá lo actual" (El pueblo) (pág. 67) y de Leibniz (Gottfried Wilhelm Leibniz, a
veces Gottfried Wilhelm von Leibniz, Leipzig, 1 de julio de 1646 - Hannover, 14
de noviembre de 1716, fue un filósofo, lógico, matemático, jurista,
bibliotecario y político alemán) resalta "los
orígenes de las cosas presentes encontrados en las cosas pasadas"...
"una realidad no se comprende mejor sino por sus causas" (ídem),
pareciera estar reargumentando contradiciendo sus propias afirmaciones
anteriores en contra del ídolo de los orígenes, pero no, realmente establece la
sincronía entre el pasado y el presente en la historia.
En una nota de pie de página nos da un resumen
de su idea "El presente y el pasado
se penetran entre sí. A tal punto que en lo que se refiere a la práctica del
oficio de historiador, sus lazos tienen doble sentido. Si para quien quiere
comprender el presente, la ignorancia del pasado resulta funesta, lo recíproco
— aunque no siempre se caiga claramente en la cuenta— no es menos cierto" (pág.
70).
Dedica más adelante largas cavilaciones,
autorrefenciando su experiencia en la primera guerra mundial, sobre el
importante papel de la sensibilidad, la comprensión plena de los sucesos, más
allá de los datos y relatos, y se atreve a afirmar "Porque el camino natural de toda investigación es ir de lo mejor
conocido o lo menos mal conocido, a lo más oscuro" (pág. 72).
Un par de observaciones finales al oficiante de
historiador merecen especial atención, la primera en cuanto a que "Aislado, ningún especialista entenderá
nada sino a medias, incluso en su propio campo de estudio; y la única historia
verdadera, que no puede hacerse sino con ayuda mutua, es la historia
universal" (pag 73).
En la segunda inserta una observación que rompe
con la tradicional conceptualización de las ciencias, a partir del tema de
estudio “… una ciencia no se define
únicamente por su objeto. Sus límites también pueden marcarse por la naturaleza
propia de sus métodos. Falta todavía preguntarnos si, a medida en que nos
acercamos o alejamos del momento presente, las técnicas mismas de la encuesta
no deberían ser radicalmente distintas. Esto equivale a plantear el problema de
la observación histórica” (Pág. 74) con ello se adentra profundamente en un
novedoso concepto de la ciencia a partir del método de estudio, abriendo un
debate en el mundo riguroso de la ciencia, y asomando en el horizonte una ventana que no tardará en emerger, con por lo menos dos novedades; la transdisciplinariedad y el configuracionismo.
Referencias
Bloch, M. (2001). Apología para la historia o el oficio de historiador. Segunda Edición en español, revisada. México D.F., México: Fondo de cultura económica, Obtenido de https://bit.ly/3gFpyQr el 15/06/2021.
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